Amando a Dios: Hábitos del corazón (Mateo 6:1–18)
Amando a Dios: Hábitos del corazón (Mateo 6:1–18)
Jesús asumió que sus seguidores practicarían por lo menos tres disciplinas espirituales, u «obras de justicia» (Mateo 6:1); ellos darían limosna, orarían, y ayunarían (Mateo 6:2-15). Y ellos harían esto para agradar y honrar a Dios, no para ser vistos y honrados por la gente. Dichas «obras de justicia» provienen de un corazón que le ama a Él y quiere expresar su amor dando a esos que están en necesidad, pasando tiempo hablando con Dios, y practicando la autodisciplina que alimenta la vida espiritual.
En contraste con los que practican la religión que publica su piedad, los discípulos de Jesús desarrollan hábitos de corazón sin tanta fanfarria. Ellos le dan al necesitado con un corazón
de compasión. Ellos oran a su Padre que está en los cielos con un corazón de devoción. Ellos ayunan con un corazón de dedicación. Ellos están fomentando el amor del Padre.
Juan, un seguidor de Jesús que anduvo con Él por tres años, vio a Jesús practicar estos hábitos del corazón. Él vio a Jesús ayudar continuamente a esos que estaban en necesidad.
Él observó con frecuencia que Jesús oraba a su Padre. Jesús también ayunó. Cuando sus discípulos le preguntaron a Jesús por qué ellos no habían podido sacar fuera un demonio de un
chico epiléptico, Jesús contestó después de sacar el demonio, «Esta clase no sale sino con oración y ayuno» (Mateo 17:21).
Jesús amaba completamente a Su Padre, no al mundo. Juan escribió más tarde instrucciones para los seguidores de Cristo y les advirtió que no amaran al mundo:
No ames al mundo o las cosas del mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo en el mundo – los deseos de la naturaleza pecaminosa
(los deseos de la carne), el deseo de sus ojos (el deseo de los ojos) y la arrogancia de lo que él tiene y hace (el orgullo de la vida) – no proviene del Padre sino del mundo. El mundo y sus deseos pasan, pero el hombre que hace la voluntad de Dios vive para siempre. (1 Juan 2:15-17)
Jesús, el último Adán, se paró en el lugar exacto de la tentación donde el primer Adán sucumbió. La serpiente tentó a Eva, diciendo que si comía del árbol no moriría sino que sería
como Dios, conocería el bien y el mal.
Cuando la mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer (codicia de la carne), agradable a la vista (deseos de los ojos), y también deseable para ganar sabiduría (orgullo de la vida), ella tomó un poco y se lo comió.
Ella además le dio a su esposo que estaba con ella, y él también comió. (Génesis 3:6) Jesús fue tentado para convertir las piedras en panes (codicia de la carne), de adorar a Satanás con el fin de que le fueran dados todos los reinos del mundo que Satanás le mostró (codicia de los ojos), y que se tirara desde el punto más alto del templo para probar que Él era el hijo de Dios (orgullo de la vida). Pero Jesús se negó a ceder a estas tentaciones (Mateo 4:1-10). Jesús fue tentado de la misma manera que nosotros somos tentados, pero no pecó (Hebreos 4:15). Él no vivió solamente de pan, sino de toda palabra que proviene de la boca de Dios (Mateo 4:4). Su amor por el padre fue más grande que su amor por el mundo.
Los hábitos del corazón que se mencionan en esta sección son intencionalmente diseñados para ayudarnos a resistir esas mismas tentaciones. El ayuno nos ayuda a decir No a la
codicia de la carne, la tentación de satisfacer nuestros apetitos físicos. Dar limosnas a los pobres nos ayuda a resistir la codicia de los ojos, la tentación de anhelar y recibir en lugar de dar.
Orar hace hincapié de nuestra dependencia de Dios que nos da nuestro pan de cada día y nos ayuda a resistir la tentación de sucumbir al orgullo de la vida. Aprender a dar limosnas, ayunar, y orar alimenta el amor por nuestro padre, el cual reemplaza el amor del mundo.7 Estas disciplinas espirituales se convierten en un medio de gracia, caminos por medio de los cuales el Espíritu Santo nos cambia y hace que seamos más como Jesús, alimentando los frutos del espíritu y desplazando las obras de la carne (Gálatas 5:16-23). Y estas tres disciplinas parecen estar interrelacionadas. Cuando ayunamos y pasamos menos tiempo comprando comida y menos tiempo preparando y comiendo; por lo mismo, tenemos más recursos para dar a esos que están en necesidad y más tiempo para orar y pasar tiempo con nuestro Padre Celestial.
Los discípulos pudieron haber pedido a Jesús que les enseñara muchas cosas. Pero su solicitud fue que les enseñara a orar (Lucas 11:1). Oración es probablemente uno de los hábitos más importantes del corazón. Y por eso, a solicitud de los discípulos, Jesús les enseñó a orar lo que se ha llegado a conocer como «El Padre Nuestro». Sin embargo, en realidad es «La Oración de los Discípulos». Jesús enseñó a sus discípulos a orar por lo menos seis cosas. Las primeras tres tienen que ver con Dios y son declaraciones fuertes. Las tres últimas tienen que ver con nosotros y son solicitudes personales:
• Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
• venga tu reino,
• hágase tu voluntad.
• Danos hoy nuestro pan cotidiano.
• Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros
hemos perdonado a nuestros deudores.
• Y no nos dejes caer en tentación sino líbranos del
maligno. (Mateo 6:9–13a)
Nosotros oramos de esta manera porque el reino, el poder, y la gloria pertenecen a Dios – para siempre (Mateo 6:13b). Nuestro deseo más profundo cuando oramos es la gloria de nuestro Padre, que Su gobierno y Su voluntad sean cumplidos tanto en la tierra como en el cielo. Por lo tanto, nosotros le pedimos que nos provea nuestro pan de cada día (las necesidades de la vida), que nos perdone nuestros pecados así como nosotros hemos perdonando a otros (tratando a otros de la manera que Él nos trata), y que nos proteja y nos libre de las tentaciones que el maligno (Satanás) desearía usar para hacer que pequemos. Así que nosotros oramos todos los días, a veces en ayunos, y siempre estamos listos para dar a aquellos que están en necesidad. Estos son hábitos del corazón que alimentan nuestro amor por Dios, y por otros.