Convirtiéndose en un discípulo de Jesús
Primer paso para ser discípulo de Jesús Arrepentimiento y conversión.
En cierto sentido, «Cristianismo sin discipulado» es una contradicción. Las palabras de Dietrich Bonhoeffer dan en el blanco: «Discipulado quiere decir adhesión a Cristo… Cristianismo sin el Cristo vivo es inevitablemente cristianismo sin discipulado, y cristianismo sin discipulado es siempre cristianismo sin Cristo. Sigue siendo una idea abstracta.»
Ser un cristiano es ser un seguidor de Cristo.
Sí, es cierto que «Todo aquel que invocare en nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13). Pero también debería ser cierto que si lo confesamos como nuestro Señor, nosotros haremos lo que Él dice. «¿Por qué me llaman «Señor, Señor,» y no hacen lo que les digo?» (Lucas 6:46). Sí, hemos sido salvados por gracia por medio de la fe y no por obras (Efesios 2:8-9). Pero hemos sido salvos para buenas obras, «porque somos hechura de Dios, creados en Cristo para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica» (Efesios 2:10).
La verdadera fe da frutos, porque la fe sin frutos es una fe muerta. Es la fe que actúa por medio del amor (Gálatas 5:6). ¿Cómo sabe Jesús que le amamos de verdad? «Si me amas,
obedecerás mis mandamientos» (Juan 14:15). Y cómo vamos realmente a amarlo? «Nosotros sabemos que hemos llegado a conocerle si obedecemos sus mandamientos … si alguien obedece Su Palabra, el amor de Dios ha sido completado en él. De esta manera sabemos que estamos en Él: El que afirma, «lo conozco», pero no obedece Sus mandamientos es un mentiroso y no tiene la verdad» (1 Juan 2:3, 5-6). Pablo escribió lo siguiente a los creyentes de Efesios: «Imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó, y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante a Dios» (Efesios 5:1-2). Creer verdaderamente las buena nuevas es vivirlas.
Pero, qué son las buenas nuevas? ¿Qué es creer?
Cuando Jesús fue bautizado en el Río Jordán el Espíritu Santo vino sobre Él. Fue entonces cuando Jesús comenzó a predicar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (Marcos 1:15). ¿Y qué son las «buenas nuevas?» Son las buenas nuevas de que el Reino de Dios está aquí, que Su Rey ha venido trayendo salvación. Esto es reflejado en las palabras del ángel a los pastores la primera noche de Navidad: «Pero el ángel les dijo, “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo.
Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador; Él es Cristo el Señor”» (Lucas 2:10-11). ¿Qué hace que éstas sean tan buenas noticias? Claramente, buenas noticias suponen la
existencia de noticias que no son tan buenas. De otra manera no habrían buenas noticias.
El evangelio, la historia de Jesús, es llamada buenas noticias porque es la historia del porqué Él vino.
El Evangelio de Mateo aclara la razón de la venida de Cristo: «…Y le pondrás de
nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21). El hijo de Dios vino a salvarnos. ¿Salvarnos de qué? De nuestros pecados. ¿Pero, que hay de malo en el pecado?
Todos cometemos errores; nadie es perfecto. Y ese es el asunto. El pecado es una enfermedad que ha infectado a todos – «Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Y ese pecado es devastador en sus resultados. El pecado es una enfermedad mortal. No es como el catarro; es como el cáncer. Mata. El resultado final es la muerte, no solamente muerte física, sino espiritual, muerte eterna – separación de Dios. La Biblia lo llama «perecer», o «destrucción eterna» (Juan 3:16; 2 Tesalonicenses 1:9-10). Estas definitivamente no son tan «buenas noticias».
Pero aquí están las buenas noticias.
Cristo murió por nuestros pecados, no Sus pecados, porque Él no tenía pecados. Escucha las palabras del Profeta Isaías: Ciertamente él cargó todas nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. (Isaías 53: 4-6)
Jesús, el hijo de Dios, murió por nosotros. Él tomó nuestro lugar. Él pagó el precio por nuestros pecados. Aquel que era sin pecado tomó sobre sí mismo nuestros pecados. En la cruz,
Él sufrió no solamente muerte física, sino muerte espiritual – separación de Dios – y Él clamó, «Mi Dios, mi Dios, ¿Por qué me has abandonado?» (Marcos 15:34). Pero Dios no lo
abandonó. Él lo volvió a la vida. Ahora Dios nos ofrece la cura para nuestra enfermedad mortal – perdón de nuestros pecados y vida eterna. Y aquí está lo mejor de las buenas noticias – ¡es gratis!
Nosotros no podemos ganarlo, no podemos pagar por ello, no lo merecemos. Es un regalo. Nosotros solamente podemos aceptarlo o rechazarlo. ¿Pero por qué alguien rechazaría un
regalo gratuito? Mucha gente piensa que es demasiado bueno pare ser verdad. Algunos se rehúsan a admitir que tienen una enfermedad mortal. Algunos se avergüenzan porque creen que han llegado demasiado lejos. Y algunos ni siquiera se dan cuenta que tienen una enfermedad mortal.
¿Así que, qué puede hacer que cambiemos de opinión?
Mejor aun, ¿Quién nos puede cambiar nuestra mente? El Espíritu de Dios – el que nos revela nuestra verdadera condición (Juan 16:7-11). Él puede convencernos de nuestro pecado,
mostrándonos los estándares de rectitud (justicia) de Dios y el resultado final de «no poder alcanzar» este estándar. El Espíritu de Dios primero nos ayuda a ver las malas noticias, pero luego nos ayuda a ver las buenas noticias. Hay una cura. Jesús es la respuesta para nuestra enfermedad mortal. Pero la elección es nuestra. Nosotros podemos estar de acuerdo con el diagnóstico de Jesús, y aceptar Su oferta de gracia, o podemos continuar «arriesgándonos» y rechazar el regalo del perdón y la vida.
Si tú decides aceptar las buenas noticias, el primer paso es aceptar el diagnóstico, admitiendo que eres un pecador – tú tienes una enfermedad mortal. Tú tienes que cambiar tu manera
de pensar – apartarte, no automedicarte y tratar de salvarte tú mismo. Confesar tu pecado y pedirle a Dios que te perdone por tratar de jugar a ser Dios y arreglarte a ti mismo. Humillarte; pedirle a Dios que te ayude. Recibir la cura de Dios; confiar en Jesús por completo para que te salve y sea el Señor de tu vida. Finalmente, optar por seguir a Jesús; aprender a obedecer sus instrucciones, vivir la vida a la manera de Él en lugar de vivirla a tu manera. Tú puedes hacer este compromiso haciendo la siguiente oración:
Querido Dios, yo admito que soy un pecador. Yo confieso que te he sacado fuera de mi vida. Yo verdaderamente lo siento. Me arrepiento. Te pido que me perdones. Yo creo que Jesús murió y resucitó para salvarme de mis pecados. Ahora yo, con toda sinceridad de corazón lo recibo y pongo toda mi confianza en Él como mi Salvador. Lo confieso como mi Señor. Yo rindo mi vida a Él y lo seguiré el resto de mis días. Gracias por escuchar mi oración. Gracias por perdonarme. Gracias por darme vida eterna.
En el nombre de Jesús yo oro. Amén.
Si hiciste esta oración por primera vez, (o si la hiciste como una confirmación de tu fe en Cristo), bienvenido a la familia de Dios, porque «Todo aquel que invoque el nombre de Dios será salvo» (Romanos 10:13), y todo aquel que invoca Su nombre es nueva criatura, nacido del Espíritu de Dios. Es una nueva criatura (2 Corintios 5:17). Ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24). Ha sido liberado del reino (gobierno) de la oscuridad, y traído al reino (gobierno) y trasladado al reino de Su Hijo (Colosenses 1:13-14). Ahora, ¡esas son buenas noticias!
Por ultimo El primer paso para convertirse en un discípulo es el bautismo en Aguas
Jesús nos dijo que nos bautizáramos (Mateo 28:19). Si lo amamos, vamos a obedecer sus mandamientos. El bautismo es lo primero – el primer paso en el discipulado.
• El bautismo indica que estamos lavando nuestros pecados (Hechos 22:16). Es un bautismo de arrepentimiento y perdón.
• El bautismo representa nuestra identificación con Cristo en Su muerte y resurrección (Romanos 6:4; Gálatas 2:20). Nosotros hemos muerto a nuestra manera pecaminosa de vivir y hemos sido elevados para caminar en una nueva manera de vivir, Su manera.
• El bautismo es una identificación publica con Jesús como nuestro Señor (Hechos 2:38). Él es Dios; no nosotros. Habiendo dejado todos los demás «dioses» incluyendo a
nosotros mismos, no nos avergonzamos de llamarlo a Él nuestro Rey y Maestro y seguirlo.
• El bautismo es una identificación con todos los que son suyos, el cuerpo de Cristo, la iglesia (1 Corintios 12:13). Nosotros pertenecemos a Jesús y también pertenecemos
a esos quienes le han entregado su vida a Él. Nosotros somos miembros de la familia eterna de Dios, y juntos crecemos para llegar a ser como nuestro Salvador.
El bautismo es «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19). Aunque el bautismo en el libro de los Hechos es en el nombre de Jesucristo (Hechos 2:38;
10:45), o del Señor Jesús (Hechos 8:16; 19:5), ser bautizado en Su nombre es ser iniciado y sumergido en la plenitud de la vida en Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo. «Porque en Cristo, toda la plenitud de la deidad vive en forma corporal, y se te ha dado plenitud en Cristo, quien es la cabeza sobre cada poder y autoridad» (Colosenses 2:9-10). Es un bautismo en la familia del Padre, la comunión con el Hijo y la presencia y poder del Espíritu Santo. Así empieza una jornada de transformación que cambia la vida, a medida que los seguidores de Jesucristo se convierten en expresiones vivas de las buenas nuevas del evangelio. Jesús no dijo solamente, «Vengan a mí», dijo también «Síganme». Seguir a Cristo es convertirse en Su discípulo que aprende a vivir la vida a Su manera.
Pst. Federico Tranfa
Min Rey de reyes Madrid