Los Buenos Regalos de Dios: Pide, Busca, Toca (Mateo 7:7–11)
Los Buenos Regalos de Dios: Pide, Busca, Toca (Mateo 7:7–11)
Los niños son dependientes. Ellos necesitan ayuda – la ayuda de los padres que voluntariamente proveen lo que ellos necesitan.
Los discípulos de Jesús descubren pronto que ellos «no tienen lo necesario». Ellos necesitan ayuda de manera continua. Ellos dependen de Dios para su pan diario, perdón de sus pecados, y protección de su enemigo, Satanás. Ellos necesitan que su Padre Celestial les dé poder y fuerza para obedecer y vivir como Jesús les llamó a vivir – amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, y amar a su prójimo como a sí mismos.
Nosotros no podemos vivir nuestra vida por nuestra cuenta. No podemos suplir nuestras necesidades. Dios no promete ayudar a aquellos que se ayudan a sí mismos. Él promete ayudar a esos que no pueden ayudarse a sí mismos. Él nos invita a pedir, a buscar, y a tocar, porque haciéndolo humildemente reconocemos nuestra dependencia de Él (Mateo 7:7). Nosotros aprendemos a poner nuestra confianza en Él, honrándolo y creyendo que Él es bueno y que cumplirá Su palabra para suplir todas nuestras necesidades. Pero nosotros debemos pedir con fe, buscar y tocar porque Él ha prometido que todo aquel que pide recibe, el que busca halla, y al que toca se le abrirá (Mateo 7:8).
Dios hace esa promesa tan completa porque Él es nuestro Padre Celestial por medio de la fe en Su Hijo, quien se ha convertido en nuestro Señor y Salvador. Como seguidores de
Cristo somos sus hijos, y qué padre no le daría a su hijo lo que le pide? «Quién de ustedes, si su hijo le pide pan le dará una piedra? ¿O si pide pescado, le dará una serpiente? Si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, cuanto más su Padre que está en el cielo, sabe darles dádivas a aquellos que piden» (Mateo 7:9-11). Nosotros, aun en nuestro estado pecaminoso, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, y nuestro Padre Celestial nos supera amando a sus hijos y proveyendo para ellos. Aunque parece que Dios se tarda en contestar, nosotros seguimos pidiendo, confiando de que Él va a responder y nos va a dar lo mejor, porque Él es bueno (Lucas 11:5-10). Después de todo, Él ya nos ha dado lo más grande y el mejor de todos los regalos, el regalo de la vida eterna por medio de Su Hijo:
«Él, que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros – ¿Cómo no también, junto con Él, nos dará todas la cosas?» (Romanos 8:31). Por supuesto que sí. Estos
regalos incluyen el maravilloso regalo de sí mismo, su propio Espíritu (Lucas 11:13) por medio del cual nosotros recibimos vida y el poder de vivir una nueva vida, el poder para darnos
el deseo y la habilidad para hacer las cosas que agradan a Dios.
Por lo tanto, los seguidores de Cristo han de pedir, buscar y tocar, y al hacer así, ellos van a descubrir que su Padre Celestial suplirá misericordiosamente todas sus necesidades conforme a sus riquezas en gloria (Filipenses 4:19).
La Regla de Oro: Llegando a ser como el Dios que servimos (Mateo 7:12)
Los discípulos tienen que tratar a otros como Dios los trata a ellos, y ellos tienen que tratar a otros como quieren ser tratados. Esto es lo que se llama la Regla de Oro, el principio de reciprocidad – igualdad de trato. Haz lo que te gustaría que hicieran contigo. La mayoría de las religiones tienen una forma negativa en cuanto a este principio: «No hagas lo que no quieres que te hagan». Esta es una regla similar, «No juzgues o tú también serás juzgado» (Mateo 7:1).
Jesús, sin embargo, lo puso de una manera positiva:
«En todo, haz con otros lo que te gustaría que hicieran contigo, porque esto resume la Ley y los Profetas» (Mateo 7:12). Tratar a otros de la misma manera que queremos que nos traten, es otra manera de decir, «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39). Dicho amor es el resumen de La Ley y Los Profetas (escrituras del Antiguo Testamento) el cual Jesús vino a cumplir.
Los discípulos de Jesús deben amar de la misma manera que Él amó, porque haciendo eso, la intención y el propósito de todos los mandamientos de Dios se cumple – que amemos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
¿Y quién es nuestro prójimo? No solamente son los que están cerca de nosotros. Nuestros prójimos son aquellas personas que conocemos que están en necesidad, incluso gente que no es como nosotros, o tal vez alguien a quien no le caigamos bien (Lucas 10:25-37). La Regla de Oro es cómo tenemos que tratarlos a todos, tratándolos a ellos de la manera que a nosotros nos gustaría que nos traten. Los seguidores de Jesucristo están aprendiendo a vivir como Él vivió. Los discípulos de Jesús están siendo transformados día con día, con una nueva manera de pensar – la manera de Dios (Romanos 12:2-3). Cuando ellos siguen a Cristo, y se consagran completamente a Él, ellos llegan a ser más y más como Él (Romanos 8:29). La gente llega a ser como el dios a quien sirve (Salmos 115:8). El antiguo pueblo de Dios, Israel, luchaba constantemente en cuanto a cuál «dios» iban a servir – el Dios vivo y verdadero, o a los dioses de las naciones vecinas. Los dioses de las naciones eran hechos de oro y de plata. Ellos tenían boca pero no hablaban, ellos tenían ojos pero no miraban, oídos pero no oían, nariz pero no olían, manos pero no sentían, pies pero no caminaban.
Tristemente, el pueblo de Dios rechazaba cada vez más los caminos del Dios de Abraham, Isaac y Jacobo. «Rechazaron los decretos y las advertencias del Señor, y el pacto que él había hecho con sus antepasados. Se fueron tras ídolos inútiles, de modo que se volvieron inútiles ellos mismos; y aunque el Señor lo había prohibido, siguieron las costumbres de las naciones vecinas»
(2 Reyes 17:15). El Dios vivo y verdadero, el Dios y Padre del Señor Jesucristo, es amor. Él demostró su amor enviando a su único Hijo como un sacrificio expiatorio para pagar por nuestros pecados. «Así que nosotros sabemos y confiamos en el amor que Dios tiene por nosotros. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4:16). Ya que Dios nos amó así, a nosotros nos corresponde amar a otros, amándolos de la misma manera que nos amamos a nosotros mismos, haciendo con otros lo que nos gustaría que ellos hicieran con nosotros.
Así es como se cumple la razón y el propósito de la Ley de Dios (Gálatas 5:14).