Sal y Luz: Haciendo la diferencia, amando a otros
Amando a Otros: Verdadera rectitud (Mateo 5:17–48)
La rectitud del Reino de Dios va más allá de seguir normas. Es una rectitud interior del corazón. Se trata de intenciones.
Jesús no vino a abolir y terminar con la Ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. Él vino a cumplirlas (Mateo 5:17). De hecho, Jesús fue tan lejos como
para decir que ni siquiera el más pequeño detalle de la Ley de Dios desaparecería hasta que lograra su finalidad. La tierra y los cielos pasarían antes de que eso suceda (Mateo 5:18). En
otras palabras, Jesús declaró que todo lo que se encontraba en los mandamientos se cumpliría. Él dijo que aquel que quebrantara aun el más «pequeño» y les enseñara a otros a
hacer lo mismo, sería llamado «el más pequeño» en el reino pero el que obedeciera la ley de Dios y les enseñara a otros a hacer lo mismo sería llamado «grande» en el reino (Mateo
5:19). Jesús estaba diciendo que, a menos que la rectitud de una persona supere la rectitud de esos que enseñan la ley y buscan seriamente obedecerla, él o ella ni siquiera podría entrar al reino de Dios en lo absoluto (Mateo 5:20). ¿Estaba Jesús exigiendo una observancia aun más estricta de las reglas religiosas más respetadas del aquel entonces (los Fariseos) y los expertos conocedores de la ley (los Escribas)? Podría parecer así.
Sin embargo, para aclarar e ilustrar el significado, Jesús dio seis ejemplos de verdadera justicia, la «rectitud incomparable» requerida de sus seguidores. Jesús contrastó sus enseñanzas con lo que se nos ha enseñado acerca de la Ley de Moisés. Como un buen maestro, Jesús citó las Escrituras y luego las explicó.
«Han oído que fue dicho…»«No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal.»(Mateo 5:21; cp. Éxodo 20:13)
«No cometas adulterio.» (Mateo 5:27; cp. Éxodo 20:14)
«Todo aquel que divorcie a su esposa debe darle certificado de divorcio.» (Mateo 5:31; cp. Deuteronomio 24:1)
«No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor.» (Mateo 5:33; cp. Levítico 19:12)
«Ojo por ojo y diente por diente.» (Mateo 5:38; cp. Éxodo 21:24)
«Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.» (Mateo 5:43; cp. Levítico 19:18)
«Pero yo les digo que…» «Es más, cualquiera que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal.» (Mateo 5:22a)
«Cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón.» (Mateo 5:28)
«Excepto en caso de infidelidad conyugal, todo el que se divorcia de su esposa, la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio también.» (Mateo 5:32)
«No juren de ningún modo… Cuando ustedes digan «sí», que sea realmente sí; y cuando digan «no», que sea no.» (Mateo 5:34, 37)
«No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos.» (Mateo 5:39, 41)
«Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen…Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles?» (Mateo 5:44, 47)
¡Qué contraste tan dramático! La gente puede cumplir la ley al pie de la letra y aún así quebrantar la ley. Solamente obedecer la ley no necesariamente cumple el propósito o intención. La rectitud del reino de Dios va más allá de obedecer las reglas.
Es una rectitud profunda del corazón. Tiene que ver con las intenciones. Cuando un experto en la religión le preguntó cuál era el mandamiento más importante, Jesús le dijo, «“Ama
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primer y más grande mandamiento.
Y el segundo es semejante a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Toda la Ley de los profetas se resume en estos dos mandamientos» (Mateo 22:37-40). Dios nos dio la ley para que le podamos amar plenamente y amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, incluyendo nuestros enemigos. El amor cumple la intención de la ley, la razón por la cual fueron dados todos los mandamientos fue para que agrademos a Dios y para que tratemos a otros de la misma manera que Él nos trata y los trata a ellos. Es por eso que Jesús dijo que esos que aman de esta manera estarán actuando como verdaderos hijos del Padre que está en los cielos, porque «Él hace que salga el sol tanto para los buenos como para los malos, y envía la lluvia tanto para justos como para injustos» (Mateo 5:45). Como hijos de Dios se nos ha llamado para que seamos perfectos (completos, maduros) así como Él (Mateo 5:48). Nosotros tenemos que amar como Dios nos ama.
¿Quién puede amar como Dios ama—de una manera perfecta? ¡Nadie—a menos que él o ella tenga un nuevo corazón!
Y esto es exactamente lo que Dios ha prometido, un trasplante de corazón:
Yo te daré un nuevo corazón y pondré a nuevo espíritu en ti; yo removeré de ti el corazón de piedra y te daré un corazón de carne. Y yo pondré mi Espíritu en ti y te
moveré para que sigas mis decretos y que tengas cuidado de guardar mis leyes. (Ezequiel 36:26-27)
Este es el pacto que yo haré con la casa de Israel … yo pondré mi ley en sus mentes y la escribiré en su corazón.
Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. (Jeremías 31:33)
Así como lo hizo David, nosotros también le pedimos a Dios por un nuevo corazón y un espíritu renovado (Salmo 51:10).
Dios hace esto cuando nosotros nacemos de nuevo, cuando nacemos en el Espíritu de lo alto, cuando el Espíritu de Dios viene a vivir dentro de nosotros. Nosotros llegamos a ser una
nueva creación en Cristo, y Su espíritu vive en nosotros. Dios ahora está obrando dentro de nosotros para darnos el deseo y la habilidad para hacer Su voluntad. (Filipenses 2:13). Nosotros tenemos una nueva motivación y nueva habilidad para agradar a Dios y caminar en sus caminos, amándolo a él completamente y amando a otros como a nosotros mismos, incluyendo los enemigos que se oponen a nosotros.
Como padres nosotros enseñamos a nuestros hijos a obedecer, y al hacerlo asumimos tres cosas:
primero, como hijos nuestros ellos pertenecen a nuestra familia.
Segundo, como hijos nuestros ellos realmente quieren agradarnos.
Tercero, como hijos nuestros ellos realmente pueden hacer lo que nosotros decimos, aunque a veces parece que no. A los niños se les puede enseñar a obedecer porque ellos tienen una relación familiar con nosotros. Sucede lo mismo con los hijos de Dios.