Clase 6 Cómo reflejar el carácter de Dios
Discipulado: Universidad de la FE
Campus Madrid
Como reflejar el carácter de Dios
Confieso que no soy muy bueno en las cosas prácticas de la casa construyendo libreros, cableando un sistema de sonido, averiguando la función de los botones de mi teléfono. Para mí, ni siquiera la mayoría de las guías sobre cómo hacer esas cosas son útiles. Muchas veces tengo que depender de la misericordia e ingenuidad de miembros de mi familia y amigos.
Estoy agradecido de que mi falta de habilidad en algunas de estas áreas prácticas no son un impedimento para seguir las recomendaciones de la guía básica sobre cómo hacerlo lo que la Biblia dice acerca de la manera en que la iglesia puede relejar el glorioso carácter de Dios. El principio básico aquí es muy simple:
Debemos escuchar la Palabra de Dios y vivirla. Sólo dos pasos escucharla y vivirla.
Cuando escuchamos y vivimos la Palabra de Dios, proyectamos y relejamos el carácter y la gloria de Dios al igual que los embajadores de un rey. O como un hijo. Imagínate un hijo cuyo padre hizo un viaje hacia un país distante y luego le escribió a su hijo una serie de cartas instruyéndole sobre cómo iba a representar el nombre de la familia y dirigir los negocios de la familia. Sin embargo, supongamos que el hijo nunca leyó las cartas de su padre. ¿Cómo este hijo aprendería a representar al padre y dirigir sus negocios? No podría. Y tampoco puede hacerlo la iglesia local que ignora la Palabra de Dios.
Dos clases de personas
Desde que Adán fue echado del huerto por no obedecer la Palabra de Dios, toda la humanidad ha estado dividida en dos campos:
Aquellos que obedecen la Palabra de Dios y aquellos que no lo hacen. Noé lo hizo. Los constructores de Babel no lo hicieron. Abraham lo hizo. David lo hizo. La mayoría de los hijos de David no lo hicieron. Zaqueo lo hizo. Pilato no lo hizo. Pablo lo hizo. Los falsos súper apóstoles no lo hicieron. Y así podemos seguir a través de la historia de la iglesia. Atanacio lo hizo. Ario no lo hizo. Lutero lo hizo. Roma no lo hizo. Machen lo hizo. Fosdick no lo hizo.
Ciertamente no pretendo tener una revelación divina infalible sobre este último grupo, pero la historia bíblica nos enseña que lo que separa al pueblo de Dios de los impostores y los no creyentes es que el pueblo de Dios escucha la Palabra de Dios y le presta atención. Los demás no. Por esto Moisés hace un gran esfuerzo para comunicarse en el libro de Deuteronomio mientras está a la entrada de la tierra prometida con el pueblo de Israel por segunda vez. Él comienza recordándoles que Él estuvo allí anteriormente por cuarenta años con sus padres, y que sus padres no escucharon. Por lo tanto, Dios maldijo a sus padres haciéndoles morir en el desierto. Estos tres discursos, que se repiten a través de casi treinta capítulos, pueden ser resumidos de manera simple:
“Escuchen. Oigan. Escriban. Recuerden lo que Dios ha dicho. Él fue quien los liberó de la esclavitud de Egipto, ¡así que escúchenle!”. En el capítulo 30, Moisés trae el peso de todo
lo que ha dicho que recibamos en un único mandato: “Ahora escojan la vida” (v. 19).
El pueblo de Dios hallará vida única y exclusivamente a través de escuchar la Palabra de Dios y obedecerla. Es así de simple. El mensaje de Dios para la iglesia del Nuevo Testamento no
es diferente. Él nos liberó de la esclavitud del pecado y de la muerte cuando escuchamos Su Palabra y creímos (Ro. 10:17). Ahora escuchamos su Palabra y la vivimos. Cuando escuchamos y vivimos lo que Él ha dicho, proyectamos cada vez más su carácter y su gloria.
Algunos podrían objetar, “eso suena con un enfoque hacia el interior. ¿No está la iglesia llamada a estar enfocada hacia afuera – hacia las misiones? ¿Hacia el evangelismo?” Ciertamente, está llamada a esas cosas. Eso es parte de relejar el carácter de Dios. “Vengan, síganme,” dijo Jesús, “y los haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19), o como Jesús dijo en otra parte, “Así como el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Jn. 20:21). Cuando hacemos misiones y evangelismo y la obra del reino, lo hacemos conforme a lo que expresa la Palabra de Dios, en este caso conforme a lo que dice Mateo 4:19, Juan 20:21 y muchos otros pasajes más. No hacemos estas cosas porque algún teólogo pensó en ellas y porque
estamos de acuerdo en que son una buena idea. Predicamos, evangelizamos y hacemos la obra del reino porque Dios dijo en Su Palabra que hiciéramos estas cosas.
Después de todo, la historia no está esencialmente dividida entre aquellos que evangelizan y aquellos que no lo hacen. Eso no es lo que fundamentalmente define la iglesia. La historia está dividida en dos grupos: aquellos que escuchan la Palabra de Dios y aquellos que no la escuchan.
Por eso es que Mateo relató lo que Jesús dijo a Satanás acerca del hombre viviendo “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4), así como las palabras finales de Jesús a sus discípulos – de hacer discípulos en todas las naciones, bautizándoles y “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado” (Mt. 28:20).
Por eso es que Marcos relató la parábola de Jesús sobre la semilla que es plantada en cuatro diferentes tipos de terrenos, siendo la semilla la Palabra de Dios (Mr. 4). Algunos la aceptarán. Algunos no la aceptarán. Por eso es que Lucas se describió a sí mismo como un testigo y siervo de la Palabra (Lc. 1:2), y relata la promesa de Jesús, “Benditos… son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la obedecen” (Lc. 11:28). Por eso es que Juan relató las últimas palabras de Jesús a Pedro repetidas tres veces “alimenta mis ovejas” (Jn. 21:15-17). ¿Alimentarlas con qué? Con la Palabra de Dios. Por eso es que, cuando la iglesia primitiva de los Hechos se reunía, ellos “se dedicaban a la enseñanza de los apóstoles” y a la
comunión, al partimiento del pan y la oración (Hch. 2:42).
Por eso es que Pablo le dijo a los Romanos: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). Por eso es que él le dijo a los Corintios que el “mensaje
de la cruz” es “poder de Dios” para salvación (1 Co. 1:18), porque “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co. 1:21). Y por eso es que más adelante el
Apóstol le dijo a la misma iglesia que él no vendía la Palabra de Dios para beneficio o la distorsionaba, sino que manifestaba la verdad claramente para su beneficio eterno (2 Co.
2:17; 4:2).
Por eso es que él les dijo a los Gálatas que “Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gá. 1:9). Por eso es que él les dijo a los Efesios que ellos estaban incluidos en Cristo cuando ellos escuchaban la palabra de verdad, el evangelio de su salvación (Ef. 1:13). Él también les dijo que Dios “constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a in de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:11-13).
Por eso es que él les dijo a los Colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16).
Por eso es que él les dijo a los Filipenses que, debido a sus cadenas “la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor” (Fil. 1:14).
Por eso es que él les dijo a los Tesalonicenses: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Ts. 2:13), y porque más adelante él los instruyó: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Ts. 2:15). Por eso es que él le dijo a su discípulo Timoteo que los ancianos
que se escogieran para la iglesia debían ser “aptos para enseñar”, mientras que los diáconos que servían en su iglesia debían guardar “el misterio de la fe con limpia conciencia” (1 Ti. 3:2, 9). En una carta posterior, él le dijo a Timoteo que la descripción de su trabajo estaba centrada en una cosa básica:
“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Timoteo 4:2-4).Por eso es que él se regocijaba con Tito de que Dios había manifestado “su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador” (Tit. 1:3). Por eso es que Pablo exhortó a Filemón a activamente compartir su “fe” – la palabra “fe” se refiere no a un estado emocionalmente subjetivo sino a un definido conjunto de creencias (Flm. 6).
Por eso es que el autor de Hebreos advirtió: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Por eso es que Santiago les recordó a sus lectores que Dios “de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. De manera que seamos “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros
mismos” (Sant.. 1:18, 22). Por eso es que Pedro les recordó a los santos dispersados por varias regiones que ellos son renacidos “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23), y que “la Palabra del Señor permanece para siempre” (1:25). Es también por lo cual él dijo en una segunda carta: “entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21).
Por eso es que Juan escribió: “pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Jn. 2:5-6); y por eso Él dijo:
“Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (2 Jn. 6); y por eso él declaró que tenía gran gozo en escuchar que sus hijos caminan en la verdad (3 Jn. 4). Por eso es que Judas pasó casi toda su carta advirtiendo a sus lectores sobre los falsos maestros (Judas 4-16), y prometiendo que el Señor viene “para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 15). Y por eso es que Juan, en el libro de Apocalipsis, elogió a la iglesia de Filadelia, “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3:8).
Amigo, la iglesia encuentra su vida conforme escucha la Palabra de Dios. La iglesia encuentra su propósito conforme vive y releja la Palabra de Dios. La labor de la iglesia es escuchar y luego imitar. Eso es todo. El reto principal que las iglesias enfrentan hoy en día no es averiguar cómo ser “relevante” o “estratégica” o “sensible” o aún “deliberada.” Es averiguar cómo ser fiel – cómo escuchar, cómo confiar en y obedecer la Palabra de Dios. En este sentido, somos como el pueblo de Israel preparándose para entrar a la Tierra Prometida. Dios nos dice, “Escucha, iglesia:¡sigue!” Las buenas nuevas es que tenemos, a diferencia del Israel étnico, toda la revelación de Dios en Jesucristo. Y tenemos el Espíritu de su Hijo, el sello y la promesa de nuestra redención. Todo esto es por lo que queremos seguir escuchando a medida que entramos en la segunda mitad de este libro. ¿Qué más Dios tiene que enseñarnos en su Palabra sobre una iglesia saludable? Las nueve marcas de una iglesia saludable que ahora vamos a discutir no son, espero, sólo ideas mías. Son mi intento de inspirarnos a todos nosotros a mantenernos escuchando. Vean la tabla de contenido que está al principio y se darán cuenta de lo que digo: predicación expositiva (o bíblica), teología bíblica, un conocimiento bíblico de las buenas nuevas, un conocimiento bíblico de la conversión, un conocimiento bíblico de la membresía de la iglesia, una disciplina de iglesia bíblica, y así sucesivamente. Aún si no estás de acuerdo con algunas de las cosas que menciono en los siguientes capítulos, espero que no estés de acuerdo porque piensas que la Biblia dice algo diferente a lo que pienso que dice. En otras palabras, espero que también permitas que el escuchar su Palabra dirija lo que piensas sobre lo que la iglesia local debe ser y hacer.