Clase 13 Cuatro virtudes de una iglesia que quiere mantener la unidad.
Discipulado: Universidad de la FE
Campus Madrid
Cuatro virtudes necesarias para guardar la unidad
(Ef 4:1-6)
Una iglesia sana es aquella que practica y mantiene a todo coste la unidad del Espíritu.
Muchos expositores consideran que a partir del capítulo 4 de Efesios comienza la parte práctica de la epístola, ya que es en este punto que el apóstol empieza a exhortar a sus lectores a poner por obra lo que les ha expuesto acerca de su posición en el Plan divino.
Admitimos la nota exhortativa que se echa de ver en el pasaje, pero preferimos tomarlo todavía como de contenido mayormente doctrinal, porque Pablo habla de la naturaleza de esa unidad espiritual que antes ha descrito, amén de su funcionamiento vital, medios de crecimiento, y la relación íntima que guarda con el Dios trino. Es a partir del versículo 17 cuando pasa plenamente a la parte práctica. En todo, el apóstol se dirige al creyente individual, pero el marco y enfoque de su enseñanza, tanto doctrinal como práctica, es la comunidad de los creyentes, en la que cada uno juega un papel sui géneris según el don o los dones que ha recibido.
La exhortación a guardar la unidad del Espíritu (Ef 4:1-3)
De nuevo, el apóstol introduce el concepto del andar del creyente, o sea, la práctica cotidiana de su posición “en lugares celestiales en Cristo”. Esa posición tiene que manifestarse por medio de un comportamiento activo ahora, que será según la vocación o llamamiento de Dios, antes referida en (Ef 1:4-6,18) y especialmente (Ef 2:10). Los creyentes han de andar en las buenas obras para las cuales Dios les creó, en estrecha comunión unos con otros, y esto requiere un despliegue de las virtudes notadas en los versículos 2-3, encaminadas a mantener intacta la unidad procedente de la vocación única. Otra vez es “el prisionero del Señor” que les ruega encarecidamente; el hecho de que él esté sufriendo para que ellos sean perfeccionados presta fuerza e intensidad a sus palabras. Notemos que la unidad es la del “Espíritu”; es la que Él vivifica y aplica a la nueva comunidad sobre la base de la Obra de Cristo. Es un don de Dios y obra suya exclusivamente, por lo que el apóstol no les exhorta a hacerla ellos, sino a guardarla con diligencia.
Las virtudes necesarias para guardar la unidad.
1. La primera es la humildad, algo prácticamente desconocido en el mundo antiguo. Los griegos la consideraban más bien debilidad de carácter, algo servil y despreciable. Pero con el Advenimiento de Cristo, a través de su Persona y Obra, cobra un realce y una importancia considerables, llegando a imprimir todo un carácter al comportamiento del cristiano frente a Dios y a los hombres.
Es la negación del egoísmo innato del hombre caído; nace del puro altruismo (el vivir para otros), que se basa en el previo reconocimiento de la total dependencia de Dios y de la propia incapacidad espiritual del creyente para buscar con autenticidad el bien de los demás. Por eso, le coloca en la debida actitud sumisa para recibir por pura gracia el poder que precisa para seguir las pisadas de Aquel que se despojó de sus prerrogativas y su gloria a fin de poder venir en forma de esclavo (Fil 2:5-11) (Mt 11:28-30), en todo obediente a la voluntad del Padre (Mi 6:8) (Is 57:15) (Is 66:2).
Puesto que uno de los conceptos importantes de los primeros tres capítulos es el poder de Dios, manifestado en la Resurrección de Cristo y la exaltación con Él de los creyentes quienes ahora disponen de ello para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, es apropiado recordar aquí que estas virtudes, que son a la vez “fruto del Espíritu”, no pueden producirse por el esfuerzo carnal o legalista, sino únicamente con la ayuda de Dios, por el Espíritu y mediante la fe de cada uno.
La humildad tiene que ver con no pensar en ti mismo como superior a los demás. Es lo opuesto al orgullo: asumir que cada cosa creada y cada persona existe para tu gozo y satisfacción. Claro, existe la llamada falsa humildad. Ella busca llamar la atención sobre sí misma. La verdadera humildad está arraigada en un pensamiento correcto de Dios y de sí mismo. Si todo tu mundo gira alrededor de ti, eres orgulloso, y el orgullo destruye la unidad como ninguna otra cosa. En vez, debemos tener el mismo sentir que tuvo Cristo Jesús, quien siendo Dios el Hijo, se humilló a sí mismo, tomando nuestra humanidad, y se convirtió en un siervo para morir en un cruz por pecadores inmerecedores (Fil. 2:5-11). Dios se opone al orgulloso, pero Él exaltará al humilde.
2.La mansedumbre puede traducirse “amabilidad” o “espíritu de entrega”; la palabra se utilizaba igualmente para describir un animal completamente domado y disciplinado. Casi siempre indica un espíritu de sumisión amorosa frente a otros, de uno que no procura afirmar o defender su propia autoridad o importancia, sino que mantiene cada instinto y pasión, cada movimiento de mente, corazón, lengua y deseo, bajo el control del Espíritu. El ejemplo “clásico” en el Antiguo Testamento es Moisés (Nm 12:3), y en el Nuevo, por supuesto, el mismo Señor (1 Co 4:21) (2 Ti 2:25) (Tit 3:2) (Ef 5:21).
La mansedumbre tiene que ver con considerar a los demás, cediendo tus derechos. Hoy en día, muchas personas piensan solo en sí mismas. Lamentablemente, estas actitudes se han infiltrado en la iglesia. Aquellos que profesan ser cristianos son duros o groseros con quienes tienen diferencias. Algunos ridiculizan a aquellos con quienes no están de acuerdo. Pero recuerda el corazón de Jesús hacia los pecadores. Era manso y humilde de corazón (Mt.11:29). Y debemos reflejar la mansedumbre de nuestro Señor, ya sea que estemos restaurando a los pecadores arrepentidos (Gá. 6:1) o, como pastores, corrigiendo a nuestros oponentes (2 Ti. 2:25). ¿Te imaginas cuántos conflictos podríamos evitar si respondiéramos con una respuesta mansa? Por nuestra mansedumbre, podemos saber que estamos llenos del Espíritu de Cristo (Gá. 5:23).
3.La longanimidad es el aguante paciente o incansable, que lejos de ser una resignación quejosa —lo cual indicaría más bien debilidad—, revela nobleza, fuerza de carácter. Rehúsa ostentar genio alguno, ni mal humor ni irritación, y es lento para tomar represalias en defensa propia. No se deja provocar fácilmente. La palabra se emplea para describir la paciencia incansable de Dios hacia los hombres en (Ro 2:4) (2 P 3:15) (1 P 3:20) (1 Ti 3:16), y por ende el comportamiento correspondiente que el hijo de Dios ha de guardar con otros (1 Co 13:4) (Ga 5:22) (Col 3:12) (2 Ti 4:2).
4.La cuarta virtud se refleja en la palabra traducida “soportándoos”: es la paciencia, que también se emplea para describir a Dios en (Ro 2:4) (la única vez que se usa así esta palabra en todo el Nuevo Testamento; casi siempre es la longanimidad que le caracteriza). Podemos diferenciarla de la anterior en el sentido de que es el resultado práctico de la longanimidad. Implica sobrellevar las cargas y debilidades de otros con una actitud comprensiva que nunca cesa de amar, pese a las ofensas o desaires que reciba.
La paciencia tiene que ver con soportar las deficiencias y fallas de los demás, sus debilidades y fracasos. ¿Cuán pacientes somos con los que no están de acuerdo con nosotros? ¿Cuánto tiempo soportamos a los que piensan diferente a nosotros? El Señor ha sido paciente con nosotros (1 Ti. 1:16), así que seamos pacientes unos con otros. Si el Espíritu de Cristo habita en nosotros y somos llenos de Él, también seremos pacientes (Gá. 5:22).
El amor y la paz.
El florecer de estas cuatro virtudes vistas sólo es posible en un ambiente saturado de amor (véanse notas sobre el capítulo 3, que hay que tener en cuenta para entender la fuerza de la exhortación apostólica), y en la armonía perfecta creada por el Padre por medio de la reconciliación llevada a cabo en la Persona y por la Obra del Hijo.
Esta es la esencia de la paz. La tendencia de la carne (se refiere a la naturaleza caída del hombre), siendo egoísta, divide, de modo que la unidad se ha de guardar y manifestar por la victoria sobre la carne y todas sus obras, mediante la práctica de esas “virtudes de Cristo” que propenden siempre a unir y sanar las divisiones. Habrá algo que “sufrir” entre hermanos siempre, pues si no fuera así las exhortaciones no harían falta. Nótese la importancia del amor en la enseñanza sobre el desarrollo del Cuerpo (Ef 4:15-16), y en (1 Co 12:25) (Fil 2:1-3) (2 Co 13:14)
Pst F. Tranfa